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A las 6 y pico

Deslizamientos

Deslizamientos Todo se conjuraba a favor del hombre que estaba tomando una cerveza en la terraza situada en el paseo marítimo. Una brisa mitigaba el calor de la noche estival. Las luces de la ciudad se reflejaban en el agua con ostentación de diamantes. El ambiente invitaba al placer sosegado, a la despreocupación: el mar y su eterno murmullo, susurrando al oído de las personas su enormidad, su misterio o su antigua e imperturbable calma, según las necesidades de cada cual; el lujo cosmopolita de los yates en el puerto deportivo y los Audis, Mercedes y Ferraris que siempre parecen llevar de pasajero a un jeque, un príncipe o un mafioso; la noche hermosa y tranquila, un jazz melódico y pausado que llegaba desde algún establecimiento cercano... tantas promesas de felicidad y placer... y además...
Pero, ¿qué le pasaba al hombre que estaba tomando una cerveza en la terraza del paseo marítimo? Parecía inquieto, miraba para todos los lados... ¿Por qué?
Algo iba mal. Había alguna pieza que no encajaba. Tenía un extraño presentimiento: lo que le rodeaba estaba equivocado. ¿De dónde venía esa sensación?

Trató de recordar: ¿qué había hecho, dónde había estado antes de llegar allí? Se dio cuenta de que no conseguía conectar los escenarios de las últimas horas, tenía grandes lagunas en su memoria más inmediata. Se concentró. Había estado en un autobús... pero ¿qué autobús? Uno urbano, de eso se acordaba.
¡Eso es! Se había subido en... No, no podía ser... pero ¡sí!, ¡claro que sí!
Había cogido el autobús en Méndez Álvaro y... y... ¿dónde se había bajado? No sabía precisar eso. Después había caminado y... ¿sólo había caminado?
Sí, lo recordaba perfectamente, y ahí estaba el quid de la cuestión. Después de bajarse del autobús urbano había llegado andando hasta ese paseo marítimo imposible, que ya no era tal sino un parque oscuro.

El hombre se levantó del banco, sobresaltado y palpando instintivamente su cartera, que seguía en el bolsillo del pantalón. Miró a su alrededor y le pareció ver una sombra que huía en la oscuridad. Se estremeció. Sin saber aún dónde estaba ni qué hacía allí, echó a correr siguiendo el ruido del tráfico. Por fin llegó a una valla que separaba el parque de una avenida amplia y bien iluminada. La siguió hasta alcanzar una puerta y emergió a la luz en la calle de Alcalá.
Aturdido como estaba, no pudo pensar nada. Se limitó a repetir mecánicamente gestos habituales: parar un taxi y darle su dirección. La charla del taxista, poco a poco, fue devolviéndole a la realidad.
- Vaya tiempo que hace, ¿eh?
- Sí, terrible.
- ¡Y que lo diga! Precisamente venía escuchando en la radio que éste es el mes de enero más frío en décadas... ¡Anda, que tener que jugar al fútbol con estas temperaturas...! ¿Ha visto el partido?
El pasajero se preguntó de repente si tenía suficiente dinero para pagar el taxi. Comprobó su cartera: sí, bastaría con esos cinco euros, y quizá el taxista le aceptara ese billete extraño como propina...
“¡Qué raro!,” pensó, “¿por qué tengo ese billete extranjero?”
Cuando llegó a su apartamento, éste le esperaba, como siempre, solitario y frío. Trató de poner, por fin, orden a sus recuerdos del día y a sus ideas.

De nuevo, recapituló: la terraza, el paseo marítimo... él sentado, bebiendo su cerveza... ¿solo?
“Es curioso que no me haya dado cuenta antes...” pensó al recordar que había alguien con él en aquella terraza en una ciudad al otro lado del mundo.

¿Al otro lado? ¿Por qué había pensado eso? Se preguntó: “¿Y si era a este lado, y entonces al otro lado... al otro lado estaría...?” Pero había una cuestión más urgente: “¿Y quién es ella?”. No podía distinguir sus rasgos en la penumbra de la habitación, sólo veía su silueta, pero, naturalmente, sabía quién era. ¡Cómo había podido olvidarse!
Volvió al asunto que había dejado pendiente: entonces, al otro lado del mundo, ¿qué habría? Le costó recordar incluso por qué había surgido esa inquietud, pero una vez que lo supo, las imágenes fueron apareciendo, lejanas pero nítidas: el taxi, el autobús, Méndez Álvaro, el invierno, el Parque del Retiro, la casa vacía...
Fue entonces cuando comprendió que esos recuerdos no le convenían... no quería que todas esas cosas le devolvieran a Madrid. Decidió olvidarlo todo.
Se acercó a la ventana y la abrió para respirar la brisa que le llegaba del mar.

Javi (2003)

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